Diablos y Mascaritas de Luzón
ENTRE LA TRADICIÓN Y LA LEYENDA.
“Cuenta la leyenda que en la paramera, una vez al año, los diablos abandonan el vientre de la madre tierra a través de una grieta que nadie conoce”
El personaje del demonio está muy arraigado en la cultura popular y el carnaval, raro era el pueblo del Señorío de Molina en que no aparecían uno o dos diablos persiguiendo a la chiquillería y arrojando cenizas a las mozas.
Los mozos acuden a vestirse a un lugar en principio secreto, se protegen la piel con cremas para luego embadurnarse los brazos, manos, cara y cuello con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de patata. Se visten con negras vestiduras hasta los pies, una blusa muy ancha sin mangas y un faldón; en la cabeza unos enormes cuernos de toro o de buey con almohadilla les serán atados a los hombros y la frente, todo ello tapado por un pañuelo negro hasta la nuca. A los pies trozos de saco liados con simples cuerdas y como remate, unos enormes cencerros a la cintura romperán el silencio de la tarde cuando los diablos bajen corriendo al caserío.
Al llegar a la plaza, correrán entre las mascaritas tratando de asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo y tiznando aquí y allá con su negro ungüento, sobre todo a las mozas. Una vez calmada la euforia, los diablos disfrazados recorrerán las frías calles al caer la tarde en una extraña e indefinible procesión que sólo se da en alguna pesadilla.
Marzo 2019
Jose Gálvez, “Cicu
leica M6, Kodak Tri x 400. Plaubel Makina 67, Kodak Portra 800